domingo, 16 de mayo de 2010

En recuerdo de las mil noches



Sentado en su tienda de pelo de camello, con la mirada puesta en los Santos Lugares, Ibrahim soñaba por centésima vez que había escondido un huevo de pájaro Roj en una montaña cerca de Medina. Pero en el sueño dudaba si se trataba de un sueño o de un hecho real, entonces, Ibrahim soñaba que estaba soñando en una tienda de pelo de camello y que en su sueño dudaba.
Ibrahim tenía cientos de discípulos. Les inculcaba el crecimiento interior que apareja el aprendizaje de las cosas útiles y la trascendencia de las necesarias para el hombre. Canoso y encorvado, de barba espesa como ramo de algodón, parecía un auténtico compañero de los dos grandes maestros, Aristóteles y Avicena.
Antes de vivir en su tienda, por gracia especial de visires y con la bendición de los sucesores del Profeta, Ibrahim se desplazó a Córdoba, donde destacó interpretando las leyes divinas para formar la jurisprudencia. Conoció también de la música y la literatura para cantar las loas de Almanzor y don Julián. Para recordar a los hombres de las cosas del Dios de los cielos se entregó con fervor al estudio de la exégesis. Conoció las obras de al-Tabarí, al-Baydawí, incluso la de Abu Hayyan, pero Ibrahim veía al Dios del Profeta, el mismo de los ismaelitas y sus parientes judíos, de cristianos y aún, por lo que le referían los viajeros, de esos pueblos del Oriente donde la tierra tiene sus límites y el universo se expande en estrellas y luceros.
Un día en que el sol estaba color bermejo, Ibrahim detuvo su explicación de la Ética de Aristóteles y manifestó a la concurrencia que había vivido cuatrocientos cuarenta y cuatro días y que apenas estaba llegando a la plena madurez. Sus discípulos le preguntaron en qué justificaba esa longevidad y respondió que en la misma eternidad de los cielos, que le habían compartido un fragmento de su historia. A partir de ese día Ibrahim dejó de soñar con el huevo del pájaro Roj y comenzó a soñar en partes iguales escenas del pasado y del porvenir.
Ibrahim dejó de compulsar los libros del Maestro y se dedicó a meditar la Historia. La conocía con el desenfado del que ha vivido todas las cosas y ha experimentado en carne propia los sucesos miserables y los momentos gloriosos, pero Ibrahim, celeste y puro, se resistió a dar explicaciones de sus fueros; despidió a sus discípulos y regaló la tienda de pelo de camello.
Una mañana brillante se retiro al corazón del desierto y nadie le volvió a ver jamás. Dios conoce todas las cosas. Él no asocia a nadie en su sabiduría.

domingo, 9 de mayo de 2010

Poesía y eternidad desde Tepetlixpa



Difícil, muy difícil es escribir sobre la poesía, ya no digamos hacer poesía; de hecho lo único que he tomado de ese arte son sus herramientas para observar, sentir, respirar...
Se preguntarán a qué viene esto. Bueno, pues es que en estos apretados días de tanta tarea, volví casi incidentalmente a escribir (digamos mejor a intentar) poesía.
Pero antes quisiera exponer mis temores. Hay tanto que decir sobre la poesía que sólo el silencio puede dar idea, en su majestuosidad y alcance, lo que la poesía es. Descubrir mundos, buscar lenguajes, mostrar otros mundos que en realidad son este mundo suena tan fácil de decir... y sin embargo es tan dificil de lograr que hay que ir con tiento en esas tierras de los dioses poéticos. Dioses que por otro lado también pueden ser demonios, pues bien dice el Corán (Sura XXVI, 221-226):

¿Acaso he de informarte sobre quién descienden los demonios? Descienden sobre todos los embusteros pecaminosos que explican lo oído, pero, en su mayoría, son embusteros, descienden sobre los poetas, y son seguidos por los seductores. ¿No ves cómo andan errantes por todos los valles y dicen lo que no hacen?

Lo sé, esto es demasida introducción para un mero pseudopoema, pero todavía resuena en mí la lección de "El espejo y la máscara", el cuento de Borges (El libro de arena) donde el Alto Rey ordena al Poeta que inmortalice su victoria de la batalla de Clontaf. La primera versión es una loa que sigue los recursos técnicos aceptados por los poetas, una versificación clacisista de hermosa y delicada factura que emociona al Rey, quien sin embargo ordena una segunda versión. En ésta hay ya una revolución: "no era una descripción de la batalla. Era la batalla". El Poeta creaba metáforas, mostraba la vida. El Rey, encantado, da su veredicto: "esta supera todo lo anterior y también lo aniquila. Suspende, maravilla y deslumbra", le dice al Poeta. Por lo mismo le ordena una obra más alta aún. Vuelve al poeta al cabo de un año. Se ve pasmado. No quiere decir su poesía, diciendo que Cristo nuestro señor le hubiera prohibido su ejecución; pero el Rey lo anima. Dice Borges: "el poeta dijo el poema. Era una sola linea".
Ambos, Rey y Poeta, paladean la poesía, la sienten, la gusta como una belleza y una blasfemia al mismo tiempo. Ambos quedan turbados y maltrechos. Saben que en el poema están todas las maravillas del universo, el influjo del Espíritu, la fórmula de un pecado. El Rey va más allá, conocieron la Belleza, que es un don vedado a los hombres. Urge una expiación a semejante pecado.
Y cierrra la narración el maestro argentino. Al Poeta se le dio una daga, el Rey "es un mendigo que recorre los caminos de Irlanda". Poesía, poesía, poesía...
Mejor me callo y les dejo el Intento (desde la Parroquia de Tepetlixpa, todo es posible):


No eres tú

ni tu sombra, ni el reflejo de un reflejo,

llevas sangre en las venas

del corazón te brotan árboles;

eres tanto como el color de la tarde

o la extensión del horizonte.


Tu vida no es más larga que un incendio

tus días no más grandes que una flor:

el tiempo no existe.


Sin embargo ya estuviste aquí

viste la misma puesta del sol

el derrumbe de otro templo que es este templo,

moriste, para encontrarte con otro yo.


Abre los ojos. Eres parte de lo eterno

tu voz se guarda en las piedras,

tu corazón tiene vida de muchas vidas

eres sangre y animal.

Algún día en el futuro

Oíste los compases de esta charla.