viernes, 6 de enero de 2012

¿Teorías políticas en el hinduismo?

(El sabio Bhaktivdanta Swami Prabhupāda)

El Śrīmad-Bhāgavatam cuenta que el brahmán Ajāmila un día conoció a una prostituta y arrastrado por la pasión que le produjo, se casó con ella y procreo hijos. Por su calidad de brahmán, ser superior al resto de los mortales, casarse con una prostituta significó la pérdida de su dignidad espiritual. El texto sagrado cuenta que Ajāmila, para sobrevivir, se dedicaba al robo y a toda clase de actividades ilícitas como los juegos de azar.

Así por ochenta años, engendrando contra las costumbres hinduistas un hijo después de los cincuenta. Al momento de su muerte le enternece tanto la suerte que tendrá su pequeño hijo Nārāyana, que sus últimas palabras se las dedica a él. En ese instante unos seres “de aspecto raro, con cuerpos deformes cubiertos de un vello erizado, y caras feroces y fruncidas” llegan a su lecho con sogas para arrastrarlo ante el señor de la muerte Yamarāja.

Cuando los yamadūtas (que tal es el nombre de esos auxiliares necrológicos) cumplían su función, aparecieron tres seres de apariencia hermosa y radiante, los visnudutas o auxiliares de Visnú, que prohibieron tocar el alma de Ajāmila argumentando que a pesar de la iniquidad y pecados en la vida terrenal, la repetición constante del sagrado nombre Nārāyana (un nombre sánscrito que se le da a la divinidad) le había salvado.

Estamos frente a una historia de Virtud. Una reflexión particular sobre la conducta humana que al mismo tiempo es universal: sea el desprendimiento material que buscan los devotos de Krisna o la negación del mal en occidente, la metáfora es la misma.

El sabio hindú Bhaktivdanta Swami Prabhupāda en la exégesis de dicha narración (en español se puede leer en el libro Venciendo al destino) se refiere en extenso a la religiosidad como un supuesto básico para la humanidad y para los gobernantes en particular. Las premisas son también muy próximas al pensamiento religioso occidental, sobre todo al cristianismo y su elogio a la virtud de los gobernantes, sólo que el fondo de la exégesis no termina en teocracia ni en proselitismo sino en una religiosidad que más se acerca a la filosofía. La teoría política de Prabhupāda sería la cara oriental de Platón y su República. De entrada reconozco que esto no es sino una mera analogía. La sabiduría védica es mucho más compleja para ser comparada a la ligera, no obstante, nuestros tiempos exigen un replantear al Estado y sus funciones. En medio de la violencia, que de tajo ha descubierto la ineficacia de la racionalidad como sustento de los cuerpos políticos hay que analizar otras opciones… al menos teóricas. Ese es el propósito de este pequeño texto.

Comencemos diciendo que desde los griegos la virtud es un valor y un requisito que deben tener los gobernantes. Platón y luego Aristóteles establecerán la conexión formal entre los filósofos y los reyes como las personas más aptas para ejercer el gobierno en tanto son dueñas de la virtud, la mesura, reflexión, acción y práctica para el bienestar común, para conseguir la felicidad colectiva. Los cristianos medievales seguirán el pensamiento griego hasta llegar a las complicadas teorías sobre el poder y la sociedad. Lo demás es conocido, la Iglesia hizo propias las doctrinas políticas y terminó absorbiendo la idea del político dentro de la teología.

El Estado se configuró entonces como una entidad orgánica, un modelo perfectible que tendría por ideal las máximas del Evangelio, bajo un argumento total e irrefutable: omnis potestas a Deo, “todo poder proviene de Dios”. Bajo esta perspectiva cualquier fusión amigable entre la Iglesia y el poder civil es imposible; sería inútil referir la historia de los conflictos Iglesia-Estado.

(Krsna vs Rosseau: Los pactos sociales no pueden conseguir la satisfacción colectiva)

Cuando leí la exégesis de Prabhupāda lo primero que me llamó la atención fue la aparente ingenuidad del argumento según el cuál la religiosidad debe estar por encima del gobierno civil. Pero luego, analizándolo el alcance de su idea es muy interesante. Primero porque la religiosidad no se ciñe a una institución sino a una liberación, a una entrega que significa la plena realización del ser. Segundo porque en Occidente existe la idea de que la violencia no puede ser medida racionalmente porque la violencia misma es una irracionalidad humana. Entonces entra la sabiduría del maestro hindú: el contrato social es una necedad, no hay ninguna oportunidad para que por medio de la razón (entregar nuestros derechos a un tercero para que los administre) se consiga un estado sentimental que satisfaga a la humanidad entera. El ingenuo se convierte en malicioso; la razón es en realidad una cuestión sentimental, pues el Estado en efecto es abstracto pero se manifiesta en instituciones, en lugares físicos, en leyes y pactos, todos aprehensibles con los sentidos. Prabhupāda va más allá: el objetivo de los pactos es una simple complacencia de los sentidos, el bien común pretende hacérsenos pasar por la manifestación de la felicidad, pero es una felicidad absolutamente material y por tanto incompleta.

Ideas como estas serían proscritas en cualquier filosofía política occidental, no es raro que jamás se mencione como teoría política. La reflexión del sabio hindú es ética, pero en estos momentos es necesaria. La propuesta del Bhaktivdanta es simple y por eso mismo compleja y profunda: “lo claramente recomendable es enseñarle a la gente a volverse consciente de Krsna y regresar al hogar, de vuelta a Dios” (p. 20). Si intercambiáramos los conceptos por cualquier credo occidental la propuesta es noble y elevada pero imposible de llevar a cabo en la vida real; si intentáramos matizar el contexto hay puntos que valen la pena ser reflexionados en extenso.

La conciencia de Krsna, según ejemplifica el caso del brahmán Ajāmila, es asequible a todo el mundo, por más sumidos que estemos en el error hay posibilidades de enmendar la vida. Los gobernantes tienen que ser dignos de sus representados y su principal labor será la de enseñar esa conciencia. Así, el gobierno, además de virtudes, debe tener un fin didáctico hacia sus gobernados respecto a la idea de realización religiosa, que como hemos dicho es una liberación. Octavio Paz en Vislumbres de la India prevenía que las filosofías orientales que hablan sobre el gobierno no son teoría política porque no buscan un bien común colectivo. Lo que hay que rescatar en consecuencia es un postulado clásico: que el gobernante ha de ser virtuoso por sí mismo. Para los hinduistas, el gobernante no es parte de una Iglesia como institución y la divinidad en ningún momento lo ha designado o tocado especialmente. El gobernante es un sabio que está capacitado para guiar a los ignorantes, es un sabio que tiene por principales valores la honestidad y la religiosidad entendida ahora como un estilo de vida muy cercano a la pureza. El gobernante no es improvisado, ha llegado lejos en su camino de aprendizaje y por eso, sólo por eso, puede aspirar a ser un maestro que busca dar a su pueblo seguridad, instrucción y confianza, porque los ciudadanos depositaron ese valor en que su gobernante sabrá usarlo de forma benéfica. Si defrauda esa confianza cometerá el peor pecado, pues “aquel que traiciona la confianza de una entidad viviente que se refugia en él de buena fe… es extremadamente pecador” (p. 29).

¿Qué se extrae de toda esta reflexión? La idea del gobernante sabio es tan añeja como denostada. Hoy por hoy nadie cree que sus gobernantes sean unos sabios y hay casos de terrible ignorancia. Los hinduistas no pueden bajar estas ideas al plano material porque tienen por principio la negación de que el Uno, la categoría ontológica por antonomasia, sea reducible al cuerpo; además, porque los verdaderos principios religiosos (bhāgavata-dharma) consisten en “la entrega al Señor supremo y el amor por Él” (p. 56). Nosotros tampoco podemos desprendernos absolutamente del mundo material, pero ¿por qué no reflexionar más profundamente nuestras ideas?, es tiempo de cuestionar la razón pura y analizar como navajas si los postulados democráticos y los sistemas de gobierno como tal nos satisfacen. Creyentes o no, a favor o en contra, los gobernantes capitalizan nuestra confianza, sea tácita u obligatoria, cada día nos la defraudan, se contradicen, nos privan de una realización material que aunque Prabhupāda considere parcial y caduca, es una satisfacción legítima y a veces suficiente. Entonces, ¿no podríamos como el brahmán Ajāmila arrepentirnos en el último momento?

martes, 20 de diciembre de 2011

Trópico de Cáncer y Henry Miller: ¿libelo, calumnia, difamación, canción o escupitajo?

(Henry Miller: "creía que era un artista. Ya no lo creo, lo soy)

¿Habrá alguna razón para leer?, ¿hay libros que cambien la vida? Seria difícil contestar estas preguntas. El ser humano no tiene moldes y la lectura es un ejercicio privilegiado de la libertad. Uno lee por el gusto mismo de leer, no por encontrar remansos o escapes, ¡nada!, se lee porque sería peor no leer, porque leyendo nos autoafirmamos. Así que dudo que haya libros que cambien la vida, cuando más la definen mejor.

Así pienso de Trópico de Cáncer, novela de Henry Miller de 1934. La historia detrás de la novela es conocida; nadie quería publicarla porque estaba “plagada de indecencias y obscenidades” hasta que Obelisk Press la editó en Paris. Inmediatamente sobrevino la catarata de reacciones, demandas, prohibiciones y censuras hasta convertirse en un clásico de la literatura contemporánea, inspiradora de una generación completa, la Beat. Pero fuera de esa historia qué. Trópico de Cáncer en realidad no es una sola idea en tanto no es solo una novela. Inclasificable como su temática es a un tiempo narración, autobiografía, ensueño, ensayo y denuncia; además tiene un espíritu vitalista que abarca y cierra como tenazas a la condición humana, desde el sexo hasta la autorreflexión.

Si existe un solo hilo narrativo en Trópico de Cáncer ese es el Fluir. “El héroe no es el Tiempo, sino la Intemporalidad… el tiempo no va a cambiar” dice al inicio. Todas las memorias del protagonista (Miller mismo), todo lo explícito que pueda ser al recrear al sexo es nada porque queda demostrado que lo único contingente es el hombre. Por eso su actitud para con los demás es absolutamente real y demoledora. Es nihilista y vitalista, es un sensualista que exprime la última gota de la vida, pero no es un egoísta como pudiera parecer en primera instancia porque lo que hace es autoafirmarse. No en balde cita y declara su empatía hacia Whitman, “el Hombre”: se canta a sí mismo, desprecia al Otro porque la autoafirmación frente y por los semejantes nos reduciría a lo patético y en el peor de los casos a la Nada: el amante que vive por y para la pasión pero descubre al consumirla que se consume a si mismo, que no hay sino vacíos en el núcleo del placer y anticipos de la muerte en cada orgasmo. Por eso el protagonista se afirma, cueste lo que cueste.

Esa forma de vivir no es fácil como pareciera. La autoafirmación es a costa de todo el esquema de valores; es sacudirse, volver a empezar de nuevo desde cero si en verdad aspira a entender el Fluir y luego, dejar que el Tiempo haga lo suyo. Trópico de Cáncer es una obra maestra sobre cómo entender al Tiempo, pero sin marrullerías ni caminos fáciles, sin concesiones ni eufemismos pues no se trata de cruzar los brazos simplemente y ser indiferente o llenar frasecitas bellas sin sentido, sino de entender todo lo que significa el Tiempo y estar dispuesto a Serlo antes que vivirlo.

Miller como Heráclito no concibe que el Ser sea en sí mismo. El Ser no es estático, está en la eterna contradicción de ser y no ser al mismo tiempo, en el devenir perfecto de un fluir incesante. Fluye entonces aquel Miller que escribe sobre Miller, aunque a veces lo llame Joe. No hay nomenclaturas, no valen los pronombres. Una simple mención basta para captar a ese Ser errático que deambula por el Paris de los años 30 demostrando que la miseria y la gloria son dos caras de la misma moneda. Arremete contra todo, porque el Fluir no concibe naciones o identidades sino quizá una pertenencia a sí mismo. Miller destroza a las ciudades, reniega de ideales preconcebidos; Nueva York “te hace sentir insignificante”, Paris es un paraíso y una antesala del infierno, los alumnos de Dijón no son materia de transformación sino un hato de desgraciados alienados y subyugados para que no piensen; su tiempo social como conceptualiza Norbert Elias a las mediciones humanas, es un fiasco total y un absurdo, los tiempos modernos apestan; de cualquier modo “en el meridiano del tiempo no hay injusticia: sólo hay la poesía del movimiento que crea la ilusión de la verdad y el drama”.

Para entender al movimiento del Ser hay que entender la inexorabilidad, desprenderse de todo, de la esperanza, los valores y los recuerdos más lejanos. El nihilismo que se asoma se matiza porque se requiere un grado extremo de complacencia y de conocimiento para simplemente Ser. ¿Qué importa la pobreza?, ¿de qué sirven las vejaciones, el vivir por vivir, el estar hambriento el desahogo en el sexo?, a final de cuentas el protagonista es y punto. Comprende que para ser no necesita que suceda nada, no tiene que esperar nada, no hay que recordar en absoluto. Con un vitalismo digno del mejor Thoreau, Miller dice: “tome la determinación de no aferrarme a nada, de no esperar nada, de vivir en adelante como un animal…”. Es esa decisión la que forma su ethos, el de ser consciente del Movimiento y por él de ser absoluto dueño de sí mismo, que es la forma más complicada de la libertad.

Todos estos puntos pueden ser interpretados de distintas maneras. Para los censores de Miller y los parisinos que aún vivían bajo la sombra de la belle époque, su narrativa es corrosiva y destructora, una absoluta perversión que no tiene empacho alguno en decir todo: “Cuando un hombre está ardiendo de pasión, quiere ver las cosas; quiere verlo todo, verlas orinar incluso. Y aunque es magnífico saber que una mujer tiene inteligencia… Germaine estaba en lo cierto: era ignorante y sensual, se entregaba al trabajo con todo su corazón y con toda su alma. Era una puta de los pies a la cabeza… ¡y esa era su virtud!”. Miller, entendámoslo, no reivindica nada. Sería muy tramposo hiperbolar su relato para decir que en el fondo muestra un amor fraterno por la humanidad o por la cultura. El protagonista, al captar su ethos decide que la mejor consigna es no desesperar (Il ne faut jamais désespérer); se aleja del mundo, porque aunque no tiene esperanza (y hay que recordad que a George Orwell le dijo que ir a la guerra de España era “el acto de un idiota”) tampoco hay nada que hacer ni por qué desesperarse. Miller demuestra la miseria humana en la miseria de la ciudad y así insistir que la contingencia humana y la inexorabilidad del tiempo hacen insignificante cualquier situación o estado. El mundo colapsaría y seguramente colapsará por un exceso de humanidad, por la idolatría a la razón y al mero sensualismo. El valor de Miller es el del artista, el que se percata de que en el esquema de valores tan rígido que impone la cultura no hay la más remota posibilidad de transformación.

Recuperar el valor de la vida en el arte es un cliché. Miller lo lleva a sus categorías más punzantes después de hacer uno de los más bellos elogios del arte en la literatura interpretando a Matisse. El Arte lo deja en “los límites auténticos del mundo”; todo se puede ir al infierno pero siempre habrá algo, alguien que rompa los límites e introduzca una nueva Cosa: un nuevo ver, un nuevo mañana, una nueva oportunidad. “Incluso cuando el mundo va camino de su destrucción, hay un hombre que permanece en el centro, que queda fijo y anclado más sólidamente, más centrífugo, a medida que se acelera el proceso de disolución”. Esas son las barreras contra el nihilismo corrosivo y brutal que vieron externa y únicamente sus censores. No da su brazo a torcer contra el repudio al mundo pero tampoco le da la espalda. Nadie diga que sin arte nos moriríamos de tanta verdad sin repasar la cita de Miller: “porque en este mundo, como en cualquier otro, la mayor parte de lo que ocurre es porquería e inmundicia, sórdido como un cubo de basura”. El Arte también forma parte del Fluir en tanto creación humana y por tanto es contradictorio, contingente y errático, es decir, el Arte no logra borrar la fealdad.

("El mundo de Matisse es todavía bello al modo de un dormitorio anticuado")

Tras este proceso de negación y desprendimiento, Miller arma su “profesión de fe”, una extensa declaración inclasificable que va del antiamericanismo, la denuncia del decadentismo, renegar de las ideas para entrar pleno a la actividad, su empatía total con Walt Whitman (y su repudio a Goethe) hasta su concepto de artista, un fragmento que por sí mismo valdría una interpretación a fondo.

El artista es un forjador de la Palabra que consigue que las palabras exploten, desgarren y demuestren una realidad, subyacente o evidente, para mostrarla, gritarla y ponerla de narices frente a lo que el mundo le ha asignado. Para el Miller protagonista, el hombre está acorralado frente al mundo y será estrangulado a menos de que haga buen uso de las palabras: “las únicas defensas que le quedan son sus palabras y sus palabras son siempre más resistentes que el peso yacente y aplastante del mundo”. Las palabras detienen el devenir, alteran la lógica de lo inexorable, dar con el punto exacto de sus significados es el objetivo, no el ideal, porque las palabras tienen que destruir las ideas, penetrar en lo profundo del mundo y arrojarlo con toda violencia. Las palabras permiten la rebeldía, están por encima de “gobiernos, leyes, códigos, principios, ideales, tótems y tabúes existentes”. Las palabras sondean los misterios que la cultura ha soslayado a la prohibición por su incapacidad de explicarlos, y ¿qué mejor misterio que todo lo que envuelve a la obscenidad? Partes del cuerpo, actos naturales, genitales, perversiones, deseos, el cuerpo como objeto, el cuerpo como cosa, son imposibles de negar, atemporales, son parte de los misterios que la Palabra debe de mostrar. Miller lo ha intentado hasta el hastío, hasta demostrar que como todo misterio su ambivalencia es peligrosa y confunde, la satisfacción también ahoga. El artista entonces debe romper lo establecido, “derrocar los valores existentes, convertir el caos que lo rodea en un orden propio”, un orden que lo lleva hasta el extremo de sí mismo y de todos, porque el Artista es un inhumano, está fuera de los límites de la humanidad; ser humano le parece “algo pobre, lastimoso, miserable, limitado por los sentidos, restringido por receptores morales y códigos, definidos por trivialidades e ismos”.

El verdadero artista ha escalado una vía parecida a la de los místicos porque está lleno de negaciones en busca de una necesidad superior, “el monstruo que les roe las entrañas” los obliga a ir más allá; “impulsos desconocidos… convierten es pasta húmeda en pan y el pan en vino y el vino en canción”, intentan asir a “un dios desconocido”. Los artistas han renegado de todo, buscan todo, si consiguen algo es por lo menos un último alarido, una necedad absoluta que ya no es simple rebeldía. Han intentado frenar el Fluir de las cosas, que está por encima de la humanidad y del vitalismo, que va hacia el cosmos y absorbe toda idea panteísta; el artista entra en un vertiginoso movimiento, porque a fin de cuentas ha entendido que él también está fluyendo y se siente parte de eso. El gran deseo de Miller protagonista es el del Miller escritor y el de los que aspiren a esa totalidad: “el de seguir fluyendo, unido al tiempo, el de fundir la gran imagen del más allá con el aquí y el ahora. Un deseo fatuo, suicida, estreñido por las palabras y paralizado por el pensamiento”. Escribir el misterio de hacer el amor y describir con lujo de detalles a los participantes y asistentes no es morboso ni obsceno, “más obscena que nada es la inercia”, y santos censores de Henry Miller, “mas blasfema que el juramento más horrible es la parálisis”.

¿Libros qué cambian la vida?, no a menos que seamos absolutamente influenciables, pero libros que intentan demostrar los misterios de la vida los hay pocos. Las ganas para leer a Miller son suyas amable lector.

viernes, 22 de julio de 2011

RADIO MEXIQUENSE: 3 AÑOS Y LOS QUE VENGAN!!


Radio Mexiquense Amecameca no sólo es un espacio de expresión sino una oportunidad para las personas. No sé si alguien lo ha dicho, pero la principal virtud de esta emisora es que ha puesto a las personas frente al gran público. En su cabina no existen las máscaras y la pena se deja para otros días. Para muchos de nosotros, invitados recurrentes, el radio ha sido la oportunidad de tomar un lugar que nos dice “venga, todos son importantes”. No hacen falta títulos ni experiencia, ni la pertenencia a tal o cual grupo, hace falta venir, adentrarse en Ameca y tomar el micrófono

La estación cumple el gran propósito de mostrar las riquezas de nuestra región de los volcanes, pero insisto, lo más importante es que permita que se lance la voz. Vivimos un tiempo brutalmente contradictorio, en el que existen nuevas exigencias de sentimientos y conocimientos pero la rapidez impide que se apropien adecuadamente. Por otro lado hay locos que caminan despacio y observan hasta las caras del Volcán; enamorados de su tierra, de sus leyendas, de los personajes de sus barrios y cuadras. Locos a los que se llevaría ese aire si no tuvieran la oportunidad de expresar lo que vieron. Radio Mexiquense ha puesto bajo el reflector a todos esos locos y los ha convertido en el centro de atención. No se trata de los cinco segundos de fama pero no se puede negar qué importante para las personas es que se sientan atendidas y escuchadas; saber que lo que cuentan no se quedará en blanco sino cobrará vida propia cuando otro lo escuche.

Con la llegada de Radio Mexiquense a Amecameca la necesidad de expresión ha sido atendida y el deseo de compartir las historias que recogimos en nuestros viajes ha sido posible. Además, claro, nos permite un trueque bellísimo: estas historias a cambio de pedacitos del mundo.

Son tres años en que el micrófono ha estado abierto y se ha convertido en una ventana. Sí, sí, no es una metamorfosis truculenta, sino parte de la magia: en las ondas hertzianas se meten todas las leyendas, viajamos en el tiempo, recorremos nuestro espíritu en canciones y conocemos a nuestros abuelos. Ojalá que sigan muchos más aniversarios, queremos seguir viendo con los oídos y escuchando con el corazón.

(Para escuchar la estación en Internet, de clic en esta liga Radio Mexiquense Amecameca 91.7 fm

lunes, 11 de julio de 2011

Heráclito, el río y yo

Siempre está ahí. No hay manera de evitarlo, ni cerrando los ojos se puede negar su presencia, así que decidí conocerlo; bueno, en realidad habría que definir la acción. Uno puede conocer a las personas y reencontrarlas al paso de los años, pero las cosas, ¿cómo decir que nos separamos de ellas? Siempre ha estado ahí. Encontrarnos fue pura coincidencia.

Cuando lo conocí era la referencia de una bendición, el agua; y la magia que siempre me ha atrapado: el agua en movimiento. Ahora que lo reencontré su pasto sigue igual; también la forma en que se llena cuando el verano. Hasta su sequedad llena de podredumbre y mal olor es idéntica, un poco más desarrollada que antaño, pero pertinaz en inundar los ojos y roer la decencia del buen olor.

Pero en algo es diferente. No por él sino en todo caso por lo que ahora soy. Cuando acompañaba a Martitha a inyectar a sus pacientes jamás había oído hablar de Heráclito, y mucho menos pensaba que el paso de alumno a maestro estuviera en algo más que cambiar el lugar que se ocupa en el salón. En fin, llegué y vi su fluir majestuoso, su fuerza inacabable, hasta podría decir que elegante o hipnótica, pero nada de comparaciones. Avanzaba a su propio ritmo, con una voluptuosidad que se antojaba para pescado o por lo menos para culebra. Las exigencias del trabajo impidieron una vista a conciencia, cuando más le eché una miradita. Según Heráclito nadie se baña dos veces en el mismo río. Según yo, que apenas soy nada, nadie ve dos veces otro río. El tiempo, la vida, la porquería que le vertimos puede ser diferente y más agresiva, pero el río es el mismo, con su magia inalterable y sus mitos a flor de corriente.

(El río de la Verdura, Amecameca)

El reencuentro con el río es más que una metáfora. El río es desafiante y terco. Sigue pasando con su calma insultante, impávido de su carga olorosa; hasta podría pensar que alegre cuando transporta ratas y alguna tifoidea. Pero, dado que Heráclito se equivocó de metáfora, el río en realidad sigue pasando porque ha de cumplir su destino manifiesto: fluir, fluir sin detenerse jamás. Entendámoslo, el río es recorrido, es esa fuerza que jamás se detiene salvo en las secas. Por eso el verano es su jolgorio. Se desborda con una alegría que más bien es euforia, pero puede que mis años de distanciamiento me hagan pensar diferente. El río ha de fluir porque así está escrito. Se cambia el traje y soporta heroicamente la hediondez. Si antes era el santuario de los espíritus, ahora los confunde con emanaciones nada mágicas pero igualmente invisibles y poderosas.

El río amables lectores sigue ahí. Cualquier día lo van a entubar y nos distanciaremos otro par de años. Su futuro es tan incierto como el mío, pero los años que fluya seguirá siendo el mismo y yo he de caducar. Mi logos, la gran aportación de Heráclito, perecerá un día.

Pero también un día llegará la justicia para los ríos. No serán fruslerías como matarnos de sed, que eso a nadie se le podrá achacar sino a nuestra desgraciadez para con el mundo. Llegará cuando el río en efecto no sea el mismo y los que se bañen lo comprueben. Razones de peso nos hacen concluir entonces que Heráclito vivió en un momento de absoluto desastre ecológico. Un día de intenso calor, harto de buscar el pneuma que mueve al universo, decidió echarse un chapuzón en el río Caistro, cauce de su Éfeso querido. El viejo Heráclito ignoró a sus discípulos que le prevenían de la porquería que flotaba en el Caistro, pero filósofo al fin y al cabo, siguió su aforismo de que “los hombres no saben escuchar ni hablar”.

(Heráclito, el arte de cambiar los sentidos por la inteligencia)

No habló en efecto sino para que lo sacaran, lleno de porquerías presocráticas pero al fin y al cabo porquerías. En su larga convalecencia de ronchas, granos, sudores, irritación, fiebre y síntomas aún no clasificadas por la ciencia médica de su tiempo, el filósofo renuncia a su idea de los sentidos y comprueba el uso de la inteligencia. Nadie se baña dos veces en el Caistro, le confía a uno de sus discípulos, que asiente babosamente pero no entiende nada. Una pústula en los labios le impide completar su frase, que seguramente era “nadie es tan tarugo para cometer el mismo error dos veces”, o por lo menos era una mentada de madre (en griego, por supuesto). El resto de la historia es eso, historia.

Un día el agua de los ríos nos cambiará por algo que en este momento, no somos… y no dejaremos frases inmortales, sólo nos quedaremos riendo, riendo, riendo…

jueves, 16 de diciembre de 2010

Pesado, recuperando la música norteña


Me gusta la música norteña. Como también te gusta a tí, y a tí. A todos, aunque nos hagamos de la boca chiquita. A propósito del disco Desde la Cantina (DISA, 2010) que editara el grupo Pesado es que a mi gusto por el acordeón y el bajo sexto he sumado otras inquietudes. El resultado puede ser un amasijo de locuras... estás a tiempo de poner un disco de Lady Gaga y cerrar mi espacio.
La música norteña es una tradición cultural. Algunos estudiosos dicen que es la otra cara de la música texana y que es el movimiento de las "líneas", de la frontera pues. Yo creo que es frontera pero de muchas culturas: la urbana que ha metido a los norteños en locales, bailes y cantinas, y el campo que se nutre de muchas tradiciones. Es la frontera misma de los instrumentos: el germanísimo acordeón y el invento sureño del bajo sexto, guitarra de seis cuerdas dobles.
La norteña es música de campo. Lo primero que se escucha es el paisaje del campo, los huizaches, los corrales, las estancias ganaderas y el polvo, mucho polvo. Sus pretensiones son las mismas de cualquier narrativa: contar historias. El éxito del movimiento norteño es que sus historias son universales, directas, emotivas. Música para bailar, para amenizar una borrachera, para dedicarla a la pareja... o como la pieza con que abre el disco, Polka del Cerro de la Silla, para cantar al terruño.
Con mayor o menor fortuna se ha intentado meter la cotidianidad y lo "moderno" a lo norteño y los resultados me parecen en lo personal, fracasos. Fracasos que el mercado musical ha convertido como siempre sucede, en redondos éxitos de taquilla. En los extremos, de ese fracaso sus majestades felinas, los Tigres del Norte, queriendo empujarnos historias de ilegales y taxistas y falsos corridos de un doble sentido que raya en lo cursi se han coronado "nuevos trovadores del México moderno". En el otro extremo, "artistas" que pretenden colgarle la fama de héroe a cualquier narco sin piedad que por cortar cabezas debe ser homenajeado (¿debe? o ¿le deben?). Y cabe recordar, homenaje que no gustó al "héroe" puede costar la vida al "trovador".
En ambos casos se ha manipulado la forma, es decir, el corrido, y en ambos casos el resultado es una ridiculez o un monumento al mal gusto. No no, el corrido es como bien se sabe, la herencia del trovador, un arte (popular quizá pero arte a fin de cuentas) de saber acomodar en ocho sílabas una línea de una historia. Pero ni estamos en la Edad Media para no enterarnos por otros medios de la barbarie que se vive en el Norte, como tampoco es muy honroso que digamos tener que exaltar a un bárbaro.

(El acordeón de Mario Alberto "Beto" Zapata)

Por eso cuando escuché que Pesado homenajeaba a la tradición me dió gusto. He escuchado el disco muchas veces. Me documento le dije a Laura cuando me encontró escuchando "Cielo nublado"y hasta la he convertido en compañera de esa documentación. Pesado es un grupo que reune la esencia misma de lo norteño: regios, gordos, con el doble juego de voces, aguda y grave; conocedores de su tradición. En el disco mencionado se dieron a la tarea de regresar a lo clásico del género y hacer un recorrido por los distintos subgéneros de la música norteña: la cumbia, el corrido, la balada, etc. en canciones que vienen de los momentos de gloria del movimiento, desde finales de los cincuentas y hasta poco antes de los ochenta del siglo pasado.
Pesado es un grupo evidentemente de pretensiones mercantilistas, basta ver que los distribuye Televisa; pero han respetado esa regla no escrita que obliga a cada grupo el tener un toque distinto: un instrumento más, un acordeón distinto (Hohner contra Gabanelli, los más usados por el género), otra escala para sacar sus canciones... y sin duda han atinado en nutrirse de la esencia norteña, en volver a cantar historias simples que por esa simpleza son universales. Desde la Cantina es un disco que vale la pena porque recupera las historias y a los verdaderos trovadores: Lalo Mora, Lupe Tijerina, Carlos Salazar, Lorenzo de Monteclaro...
El cantante norteño generalmente es el acordeonista y cuando toca entra en la fascinación de su instrumento. La panza del músico y las coronas del acordeón quizá sean las responsables de que el acordeonista fije su mirada en el infinito, lo cierto es que cuando hace sonar al instrumento, el cantante mira a un punto fijo del espacio. Se encuentra a través de sus historias, con las de sus conocidos, con las de los hombres del pasado y con las del futuro.
Pesado ha hecho un homenaje en ese sentido: hacer que nos reencontremos en el futuro con las historias que no pasarán de moda porque un día el cuerno de chivo será obsoleto pero dudo que los seres humanos dejen de enamorarse y decepcionarse de ellos mismos: "quiero que sepas que yo reconozco que tuve la culpa perder tus amores". O más envalentonados: "como tengo unas cosas que reclamarte, me obligaste a que te cante esta canción..." son de los años 60 y serán de los 50 de este siglo:



Pesado nos permite pulir lo norteño y salvarlo de los escolios mercantiles de la "modernidad". Lo repito: no escuches a los Tigres del Norte. De haber seguido en la línea de Camelia la Texana seguramente estarían en la lista de los homenajeados. Homenaje de su público claro es, no de académicos, univerisitarios o de Fernando Savater, que me pregunto, ¿el señor Savater algún día ha escuchado "Flor de Capomo"?; porque Contrabando y Traición, debemos decirlo, no era un narcocorrido sino una historia de amores frustrados, en consecuencia era universal. Las glorias de La Reina del Sur están bien para Pérez Reverte pero no para agregar historias al campo.
Termino. Se ha dicho que lo norteño es "naquito" y se le esgrime que las voces son agudas hasta el asco y que la desentonación es tan agresiva como un bocinazo mal ecualizado. Lo norteño es una tradición cultural, quizá el secreto sea una mera reducción: si eres de campo, te gustará; si tienes emociones a flor de piel, te gustará. Para evitar la cerrazón: si te gustan las historias, escucha música norteña. Recordemos que desde que Piporro acompañara el bajo con su famoso "Ajúa!" lo norteño es una forma de musicalizar el campo y de contar historias. Si se pierde la capacidad de contar historias o se piensa que se ha dicho todo y se exploran anti-historias, ni siquiera estamos frente a un divertimento. Estamos sin más frente a una basura, una pérdida de tiempo.

(Eulalio González "Piporro")

Termino agradeciendo a Pesado y ni siquiera porque quiera asumirme portavoz de los que gustan de lo norteño, en eso estoy en pañales todavía, o de sus fans, que hay voces más autorizadas. Doy gracias porque indirectamente, recuperar "a los grandes de la música norteña" también puede ser un respiro de paz para el Norte de nuestro país, secuestrado por la violencia.
(A esa, ni dudar, no tenemos por qué ensalzarla)