Sentado en su tienda de pelo de camello, con la mirada puesta en los Santos Lugares, Ibrahim soñaba por centésima vez que había escondido un huevo de pájaro Roj en una montaña cerca de Medina. Pero en el sueño dudaba si se trataba de un sueño o de un hecho real, entonces, Ibrahim soñaba que estaba soñando en una tienda de pelo de camello y que en su sueño dudaba.
Ibrahim tenía cientos de discípulos. Les inculcaba el crecimiento interior que apareja el aprendizaje de las cosas útiles y la trascendencia de las necesarias para el hombre. Canoso y encorvado, de barba espesa como ramo de algodón, parecía un auténtico compañero de los dos grandes maestros, Aristóteles y Avicena.
Antes de vivir en su tienda, por gracia especial de visires y con la bendición de los sucesores del Profeta, Ibrahim se desplazó a Córdoba, donde destacó interpretando las leyes divinas para formar la jurisprudencia. Conoció también de la música y la literatura para cantar las loas de Almanzor y don Julián. Para recordar a los hombres de las cosas del Dios de los cielos se entregó con fervor al estudio de la exégesis. Conoció las obras de al-Tabarí, al-Baydawí, incluso la de Abu Hayyan, pero Ibrahim veía al Dios del Profeta, el mismo de los ismaelitas y sus parientes judíos, de cristianos y aún, por lo que le referían los viajeros, de esos pueblos del Oriente donde la tierra tiene sus límites y el universo se expande en estrellas y luceros.
Un día en que el sol estaba color bermejo, Ibrahim detuvo su explicación de la Ética de Aristóteles y manifestó a la concurrencia que había vivido cuatrocientos cuarenta y cuatro días y que apenas estaba llegando a la plena madurez. Sus discípulos le preguntaron en qué justificaba esa longevidad y respondió que en la misma eternidad de los cielos, que le habían compartido un fragmento de su historia. A partir de ese día Ibrahim dejó de soñar con el huevo del pájaro Roj y comenzó a soñar en partes iguales escenas del pasado y del porvenir.
Ibrahim dejó de compulsar los libros del Maestro y se dedicó a meditar la Historia. La conocía con el desenfado del que ha vivido todas las cosas y ha experimentado en carne propia los sucesos miserables y los momentos gloriosos, pero Ibrahim, celeste y puro, se resistió a dar explicaciones de sus fueros; despidió a sus discípulos y regaló la tienda de pelo de camello.
Una mañana brillante se retiro al corazón del desierto y nadie le volvió a ver jamás. Dios conoce todas las cosas. Él no asocia a nadie en su sabiduría.
Hola, Mario alberto?. Paulina ( la que tiene apellidos de personaje histórico mexicano) me recomendó tu blog, muy interesante, yo, he divagado por varios espacios y creo que aquí, en blogger me quedaré, espero puedas leer también lo que hago. Como sea, pienso que eres otro más sapiente en este México donde escasea la gente pensante racional.
ResponderEliminarNo podrían haber mejores sueños que aquellos en donde se diese un pequeño momento de reflexión para buscar una razón a través del soliloquio. ¿Sueño que sueño que estaba soñando?... ¿Y si en realidad la vida es un sueño... qué pasará cuando despertemos?... Lo cierto es que la virtud de todo ello es la de tener el gram privilegio de pensar.
Hola que tal, aparezco aqui para agradecer tu comentario y también para invitarte a que leas el nuevo que acabo de subir.
ResponderEliminarGracias por la recomendación, deja nadamás que termine algunas lecturas pendientes y buscaré algo de Nicolas de Cusa.
Un Saludo, buen día.