En últimas fechas mis actividades giran alrededor de libros y lecturas que hasta he terminado involucrando en eso de copias y bibliotecas a medio mundo. Antes de que mi espalda se destruya o el cuello me haga maldecir a las sillas, quisiera compartirles lo que pueden encontrar en la antología El joyero de la cortesana, una obrita publicada en 1989 por las Ediciones en Lenguas Extranjeras de Beijing,
La dinastía Song (960- 1279) y la Ming (1368-1644), en los que se escribieron estos cuentos, representan dos momentos capitales de la cultura china porque corresponden a momentos estabilizadores. La dinastía Song, precedente de la cultísima dinastía Tang, unificó por primera vez a China, consolidó los avances culturales e implementó contundentemente las reformas administrativas que servirían para el advenimiento de la economía de mercado. La mayoría de los cuentos son precisamente el retrato de ese tiempo y su sociedad, aunque claro, el cuentista se convierte en un pensador colectivo mientras ejerce su oficio. Los “cuentos chinos” son cuentos con un fin preponderantemente oral, instructivo y aleccionador pero no moralizante; son narraciones y folklóricos, son absolutamente populares.
A diferencia del gran corpus cuentístico “exótico” que son las Mil y Una Noches, los personajes de los cuentos chinos no son seres voluptuosos, sino discípulos de Confucio, por lo tanto, creyentes y conscientes de que el Cosmos es una armonía que regula todos los niveles de la vida y aún, a los seres inanimados. Esa conciencia colectiva de la armonía y la contemplación imprime características propias de la cultura oriental, como el antiguo ideal de la dinastía Tang según el cual el hombre tenía que ser universal y en consecuencia, antes de pensar en formar familia o trascender individualmente, el individuo tenía que ser (o convertirse) en un poeta, un pintor y un hombre de Estado, o lo que es igual, en un erudito.
En consecuencia, los personajes de estos cuentos actúan inconscientemente para cumplir ese ideal. El narrador relata los exámenes imperiales, la vida palaciega que sin embargo es burocrática; retrata a los eruditos en la contemplación de sus hermosos jardines o componiendo alguna pieza poética; estudiando libros clásicos, realizando operaciones comerciales, orando o dictando leyes, y nos introduce en la sociedad provincial que se refina: hermosos palacios, maderas pulidas, flores, vino de arroz, jardines zoológicos, joyas, escenarios como los poemas de Li Po.
Cuando se habla de una sociedad siempre se emiten juicios de valor. El canal que la humanidad ha utilizado para ellos es la poesía, ya sea en términos proféticos o incluso en sátiras. Tengo presente la película de Zhang Yimou, La maldición de la flor dorada (2006) que precisamente está ubicada en la época de la dinastía Tang. En la película, a determinadas horas del día unos monjes recitan algunos versos que contienen una reflexión profunda sobre el sentido del tiempo y el devenir; una suerte de oficio de las horas oriental que sin embargo supera con creces el ritual católico.
En El joyero de la cortesana, la inserción de poemas cumple la misma finalidad. Los versos se convierten en reflexiones, en arquetipos colectivos y en ellos descansa parte del subconsciente chino, universal y particular a la vez. Me refiero a que no tienen como pensaríamos un despliegue de efectos mágicos, o la intervención sin medida de seres sobrenaturales, prejuicio que se ha creado desde las películas de artes marciales plagadas de efectos especiales inverosímiles.
La cultura china en realidad no requiere de un sustento sobrenatural. El devenir de la vida está estrictamente ceñido a una predestinación, de modo que al hombre lo que le resta es hacer el bien y buscar su felicidad; eso sí, siempre dentro de esa necesaria armonía con el universo que le rodea. El poema se convierte en aforismo, como sucede con el inserto en el cuento “El erudito orgulloso”:
La prosperidad y la ruina están predestinadas por el Cielo
La felicidad y la calamidad están ordenadas por el hombre
El aspecto moralizante es tan sutil que no se convierte en una carga y por el contrario muestra muchos datos que ilustran sobre la sociedad de la época. Es una moral flexible, basada en la razón; pues para el erudito Song, la respuesta a todos los problemas de la existencia podía encontrarse con la debida hermenéutica en los textos clásicos del confucianismo.
También podemos encontrar algunos datos sobre el sistema legal Song, pero siendo un conocimiento particular, no es este espacio para tratarlo. Solo mencionaré que pueden encontrar similitudes con nuestras tradiciones contractuales de consignar operaciones por escrito, atestiguar, garantizar el acto y formalizar el documento fuente de la obligación, actos que se pueden observar en “El erudito orgulloso” y en “El hombre y el caparazón de tortuga”.
Los cuentos son reales, más bien sociológicos. Aunque sus principales personajes siempre son Shen Shi, la “pequeña nobleza” provincial, atinadamente abarcan a toda la sociedad sin ser mordaces sino simplemente justos. Observamos entonces a los monjes taoístas cuando bajan de sus monasterios a los pueblos para divertirse, bebiendo y comiendo sin cortapisas gracias a sus disfraces de gente común y corriente y luego ser desenmascarados públicamente; también a los comensales de tabernas, viajeros, pescadores, ladrones, prostitutas, vividores, viejos sabios y justos, parásitos de la vida cortesana, y a todo el mosaico de personas que conforman una civilización.
Dominar la escritura de un cuento es un gran arte, disfrutar buenos cuentos es cosa de decidirlo. ¡Ojalá puedan leerlos!