jueves, 4 de marzo de 2010

De ciertas "melancolías"



Continuemos con estas entregas "inéditas".

La acedia


Hablemos de ese estado emocional que es tan único, mezcla de melancolía, desazón, inactividad, encierro, introspección, pereza, abandono y ganas de no hacer nada.

Hoy en desuso, la acedia fue lugar común durante la antigüedad para expresar un estado emocional vinculado con la tristeza, la pereza y la melancolía. “Cansancio del corazón”, como dice Cassiano, la acedia tuvo una especie de evolución en su clasificación patológica, pasando de un estado emocional propio de los anacoretas luchando contra las tentaciones, a ser reducido como “pereza” y luego ser considerado como un pecado, atribuido en la Edad Media a la acción del demonio del medio día. Interesante mutación: la acedia cobró factura de sensualidad.

Si tenemos acedia, ¿qué se puede hacer? Se diluye con el acto de pensar; al reflexionar y dejarse llevar por las emociones y sensaciones que provocan los entornos melancólicos la acedia comienza a desaparecer. Entonces surge una contradicción, porque la melancolía también es lugar creativo.

Gracias a esa última razón, la acedia suele ser considerada una enfermedad de poetas, y el enfermo por antonomasia, Petrarca.

Henning Boëtius, en el epílogo de su novela El retrato de Laura, menciona de paso la acedia del poeta: “Son los estados anímicos de un Yo errante que se siente solo y al mismo tiempo, precisamente porque se mueve, y además sin rumbo, vive mucho y por ellos está solo de una forma distinta y desde luego más bella que el prisionero”.

Acedia, hoy en desuso, es un estado emocional más que melancólico: es un estado para el encuentro de contrariedades, y como tal, despeñadero para caer o puerto para que el alma alce vuelo.


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