Continuemos con estas entregas "inéditas".
La acedia
Hablemos de ese estado emocional que es tan único, mezcla de melancolía, desazón, inactividad, encierro, introspección, pereza, abandono y ganas de no hacer nada.
Hoy en desuso, la acedia fue lugar común durante la antigüedad para expresar un estado emocional vinculado con la tristeza, la pereza y la melancolía. “Cansancio del corazón”, como dice Cassiano, la acedia tuvo una especie de evolución en su clasificación patológica, pasando de un estado emocional propio de los anacoretas luchando contra las tentaciones, a ser reducido como “pereza” y luego ser considerado como un pecado, atribuido en la Edad Media a la acción del demonio del medio día. Interesante mutación: la acedia cobró factura de sensualidad.
Si tenemos acedia, ¿qué se puede hacer? Se diluye con el acto de pensar; al reflexionar y dejarse llevar por las emociones y sensaciones que provocan los entornos melancólicos la acedia comienza a desaparecer. Entonces surge una contradicción, porque la melancolía también es lugar creativo.
Gracias a esa última razón, la acedia suele ser considerada una enfermedad de poetas, y el enfermo por antonomasia, Petrarca.
Henning Boëtius, en el epílogo de su novela El retrato de Laura, menciona de paso la acedia del poeta: “Son los estados anímicos de un Yo errante que se siente solo y al mismo tiempo, precisamente porque se mueve, y además sin rumbo, vive mucho y por ellos está solo de una forma distinta y desde luego más bella que el prisionero”.
Acedia, hoy en desuso, es un estado emocional más que melancólico: es un estado para el encuentro de contrariedades, y como tal, despeñadero para caer o puerto para que el alma alce vuelo.
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