martes, 28 de julio de 2009

Bernardino de Sahagún

Cuando comencé a leer a Sahagún lo hice para hacerme de más datos sobre mis artículos de Tepe. Poco a poco me animé a entrarle a los tres tomos, y ahora que estoy a punto de terminar la lectura me ha quedado una sonrisa en la cara.
Sí, Sahagún es pesado, un libro es enteramente soporífero, pero hay un universo en sus páginas, otra forma de ver la Historia.
Me imagino al fraile Bernardino sentado frente a sus informantes, escuchando atentamente todo lo que decían; luego, instruyendo a sus escribanos sobre tal o cual frase que no checaba en la gramática latina. Algún día, Bernardino habrá sido invitado a comer una fruta, un cuauhzápotl que encontró delicioso, una iguana, un tamal o a beber chocolate endulzado con miel. Seguramente decía "¡esto es delicioso, lo tengo que escribir en mi libro!".
Lo que más me impacta de su Historia General es darme cuenta que la historia, además de datos, es la vida misma. Ya Yeli me lo había dicho un día, pero lo compruebo y lo ensalzo cuando uno encuentra que nuestra cotidianeidad de comidas, frutas, montes, ciudades, ríos, animales y remedios, entre otros, han estado mano a mano con el hombre desde hace siglos.
Además, contra los que piensen que el español vino a "imponer la cruz a sangre y fuego", hay que ver la delicadeza y el sufrimiento con que escribre sobre la peste de 1576. Se le lee preocupado, triste, pero aún con fuerza para describir las piedras preciosas, las aves y las yerbas medicinales.
¡Ah Bernardino... hasta te enfermaste de peste por andar de preguntón!
Ya abre el día y se puede ver al Popocatépetl. Sigo con mi sonrisa: ¿cómo se habrá visto el monje flaco, descalzo y con tonsura escalando las laderas del volcán?

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