martes, 10 de noviembre de 2009

Mario, Mario, Mario



No ha todos les he dicho que me gusta jugar con mi nombre. Jugar entre comillas, más bien he creado un juego absurdo en el cual, la mayoría de tocayos que tengo han sido desastrosos y se recuerdan por nefastos. Tampoco a todos les digo que me gusta comenzar la relación de Marios desde aquel tío de Julio César, cónsul y pro-hombre que organizó la milicia republicana; y no lo digo porque habrá alguien que me haga ver que quizá aquel republicano Mario pudo ser corrupto y conspirador del senado. Mario Janos, sería mejor llamarlo.

Mi lista de tocayos ha sido abundante. Agrego ahí a conocidos, amigos, artistas y a gente de paso por la vida que algo me dejó. Para que estén en esa lista no tengo objeciones ni requisitos sino el descubrir su lado nefasto. Aclaro, también he conocido a muchos tocayos que son las más grandiosas personas, pero habrá tiempo para hablar de ellos.

¿Cómo comenzó este juego? En la primaria éramos tan pocos alumnos que por años fui el único Mario de toda la escuela y desde entonces nadie, salvo un vecino esporádico me ha llamado Beto. Mario aquí, Mario allá. En esa singularidad, un día, 24 de marzo, al ritmo de La Culebra se oyó un disparo en Tijuana y en lo que un niño puede apreciar, supe que habían matado a un político. Ahí comenzó la carrera: en la noche dijeron que el asesino era un tal Mario Aburto, chino, de bigote y quizá un tanto loco. Al dia siguiente era “¿Te llamas Mario… Aburto?” Desde ese momento supe que Mario es un nombre universal.

Luego conocería a un Mario Bezares revolcándose en el suelo, no sé si como prefiguración de Paco Stanley revolcándose en el piso de su Navigator cuando lo mataron. Después, muchos Marios locales.

Una amiga que es más que mi amiga y espero no lea esto, fue la que acentúo todavía más el que encontrara Marios negativos. “Me choca ese nombre, así que por favor no te pongas así”. ¡Ah, dioses de la personalidad! Me vi en la disyuntiva de llamarme Alberto, que se me hace un mero complemento, o adoptar Masa como un nombre artístico (se lo debo a mi primo Osvaldo), si me permiten el disparate: ganó lo segundo.

Ahora, muchos años después, cuando creía que esa tontería de mi lista había sido un invento de adolecente, encuentro a más Marios que quieren hacer méritos para entrar. Apenas el viernes tuve el encontronazo con un tocayo, di-rector (él cree más bien que es amo) de la cultura oficial de Tepetlixpa. Aquí valdría la pena saber si estas ideas no son sino proyecciones mentales y resulta que en los homónimos hay un desdoblamiento de mi parte negativa a la que doy la espalda o que ignoro. ¿No seré también un nefasto? ¿Podre hacer la teoría del nombre maldito? No lo sé con certeza.

Para equilibrarlo, comenzaré mi lista de tocayos buena onda. Toda lista es una imparcialidad, pero dentro de ella caben Mario Vargas Llosa, Mario Botta, Mario Pani, Mario Testino, Mario Benedetti y por qué no, aquel viejo Cayo Mario, El zorro de Arpinum, el Tercer fundador de Roma… a ellos les digo que me encanta mi nombre.

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