Veinte años atrás el Muro de Berlín se hacía añicos llevándose entre fierros retorcidos los fantasmas de una ideología. La Guerra Fría llegaba a su fin simbólico y las multitudes se avalanzaban por las calles para festejar el Final. Como en todos los finales, las emociones del momento son las únicas visibles. ¿Qué vendría después de? Nada lo resumiría tan perfectamente como la canción de The Scorpions, The Wind of Change:
the future´s in the air I can feel it everywhere
blowing with the wind of change
blowing with the wind of change
El futuro en efecto sopló por muchos rumbos. Sobrevino una sociedad con nuevos símbolos y valores que en un tiempo sorprendente ha traído a la humanidad a distancias aterradoramente hermosas.
Pero si me refiero a esta importante fecha es no sólo para festejar el 9 de noviembre, sino para revisar nuestro presente. Mi generación ha crecido entre cambios estructurales, la aparición de un nuevo orden mundial y la tiranía de la tecnología; en resumen, la indiferencia nos gobierna y perdemos la capacidad de asombro. Hoy por ejemplo, amanecen los Estados Unidos con un proyecto de salubridad pública que significa el trastoque a su liberalismo individualista para ensayar por vez primera un modelo social: si lo acepta el Senado, el 97% de la población tendría acceso a una seguridad social de alta cobertura. Pero recordemos que meses atrás, las manifestaciones en Washington eran ¡para condenar a Obama de comunista!
Celebrar la caída del Muro de Berlín es casi obligado para los que vivimos en esta época de grandes transformaciones. Para nosotros, que éramos niños cuando eso sucedía, es no perder de vista las transiciones y actuar en consecuencia. El problema es que se desmorona esa transición y no quedan muchos espacios para actuar con la certeza de que la democracia, la libertad como modelo de vida, los espacios ciudadanos ganados a pulso al gobierno y la transparencia sean en efecto lugares visibles en el mundo.
Pero festejemos de todos modos.
A partir del 10 de noviembre de 1989 comenzó la Edad de la Globalización y como todas las edades de la historia, es en el tiempo fronterizo cuando se acomodan los engranes y surgen los actores que llevarán a buen término la transición. Entonces, sí apuesto por una forma de usar benéficamente la globalidad, sí creeré en que la libertad es esencial para el desarrollo de cualquier sociedad e incluso creeré que pronto ha de surgir en la escena política una opción que incube una propuesta social democrática de alto nivel y sobre todo de credibilidad. Pero los invito a que no nos perdamos en los aires de cambio y que la sorpresa nos siga aguardando a la vuelta de la esquina. Si nos quedamos en letargo, hasta el poder de las palabras pasa desapercibido y una mentada de madre se convierte en un saludo.
En fin, valgan estos párrafos como un homenaje a los caídos en el Muro, a los jovenes que sustentaron los movimientos de transformación política y a los últimos románticos que no morirán aunque nuestro mundo parazca una soberana mierda.
Pero si me refiero a esta importante fecha es no sólo para festejar el 9 de noviembre, sino para revisar nuestro presente. Mi generación ha crecido entre cambios estructurales, la aparición de un nuevo orden mundial y la tiranía de la tecnología; en resumen, la indiferencia nos gobierna y perdemos la capacidad de asombro. Hoy por ejemplo, amanecen los Estados Unidos con un proyecto de salubridad pública que significa el trastoque a su liberalismo individualista para ensayar por vez primera un modelo social: si lo acepta el Senado, el 97% de la población tendría acceso a una seguridad social de alta cobertura. Pero recordemos que meses atrás, las manifestaciones en Washington eran ¡para condenar a Obama de comunista!
Celebrar la caída del Muro de Berlín es casi obligado para los que vivimos en esta época de grandes transformaciones. Para nosotros, que éramos niños cuando eso sucedía, es no perder de vista las transiciones y actuar en consecuencia. El problema es que se desmorona esa transición y no quedan muchos espacios para actuar con la certeza de que la democracia, la libertad como modelo de vida, los espacios ciudadanos ganados a pulso al gobierno y la transparencia sean en efecto lugares visibles en el mundo.
Pero festejemos de todos modos.
A partir del 10 de noviembre de 1989 comenzó la Edad de la Globalización y como todas las edades de la historia, es en el tiempo fronterizo cuando se acomodan los engranes y surgen los actores que llevarán a buen término la transición. Entonces, sí apuesto por una forma de usar benéficamente la globalidad, sí creeré en que la libertad es esencial para el desarrollo de cualquier sociedad e incluso creeré que pronto ha de surgir en la escena política una opción que incube una propuesta social democrática de alto nivel y sobre todo de credibilidad. Pero los invito a que no nos perdamos en los aires de cambio y que la sorpresa nos siga aguardando a la vuelta de la esquina. Si nos quedamos en letargo, hasta el poder de las palabras pasa desapercibido y una mentada de madre se convierte en un saludo.
En fin, valgan estos párrafos como un homenaje a los caídos en el Muro, a los jovenes que sustentaron los movimientos de transformación política y a los últimos románticos que no morirán aunque nuestro mundo parazca una soberana mierda.
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