La única manera de creer en Bono:
Y qué tal si fuera tango:
Los Beatles ¿un clásico? entonces... qué tal con un arreglo barroco:
Y para cerrar, un clásico de mi pueblo, la Banda Plástica de Tepetlixpa:
Han sido muchos los extranjeros que han escrito sobre México airada o benévolamente, con mayor o menor grado de estética literaria; pero sin lugar a dudas, en los textos de los escritores extranjeros hay una profunda visión acerca de lo que es México (simbólica, física, espiritualmente…) que vale precisamente por ser una visión desde fuera. Graham Greene decía que una estancia breve en algún sitio podía revelar “profundas intuiciones acerca de una cultura”, que ya no son percibidas por quienes ya se han familiarizado al lugar. Esa observación más los efectos de un retórica nacionalista, siguen envolviendo a los extranjeros que escriben sobre México como unos observadores de primer orden.
La literatura más vasta de extranjeros en México es la que se produjo entre 1920 y finales de los años 30, época capital para la conformación de nuestro país. La Segunda Revolución además de sus ajustes de cuentas, la consolidación del sistema político y el surgimiento de una nueva clase burguesa (irónicamente “revolucionaria”) atrajo a muchos escritores extranjeros que vinieron a un México que apenas balbuceaba por entrar a la modernidad. Desde Katherine Anne Porter hasta Tennessee Williams, pasando por los consagrados Aldos Huxley, Malcolm Lowry o Graham Greene, fueron muchos los escritores que en ese México de campo y ciudad, mulas y coches, sondearon sus naturalezas al tiempo que esbozaron las impresiones más directas y controvertidas de nuestro país desde autores como madame Calderón de la Barca o el barón Humboldt.
Lo que destacaron invariablemente es el simbolismo de la muerte que tiene México. Como un tatuaje, la Muerte es parte de México. Reverberando en las veladoras en noviembre y en los desafíos de esa controversial “valentía” que hay en espectáculos violentos y en lugares sórdidos por naturaleza o accidente, la muerte ronda. Nuestros extranjeros encontraron muchas muertes, muertes como estados de ánimo (la mayoría de escritores sufrieron terribles depresiones) o como una crueldad por todo lo largo de la historia y muerte simbólica hasta en las plantas (D.H. Lawrence: “los cactus con sus dedos como puñales”). El fascinante panorama de un país en dinamismo fue acicate para recorrer circuitos por el centro del país, para ir al encuentro con las cimas de los volcanes, recorrer a lomo de mula las Sierras del norte del país, internarse en selvas llenas de disentería y arboledas o detenerse, como ante imanes, en la presencia indescriptible de Oaxaca y Cuernavaca.
Estas ciudades, en su fisonomía y sus historias, caben los extranjeros, las ideas sobre México y la misma historia.
Para Tere, claro
Al terminar de ver Paris (2008), la película de Cedric Kalpisch, recordé a mi queridísima amiga Tere y la plática que tuvimos hace unos días. Se trata de una película más sobre la Ciudad Luz que acude al recurso de tomar muchos personajes y hacer que sus historias se entrecrucen; mientras, retrata la realidad parisina con sus problemas de migración, trabajo, seguridad social e integración, temas de los que platiqué con Tere hace poco.
Pero a diferencia de otras cintas, en esta película se siente un lugar común respecto a que, lo que se intenta decir no sólo es la descripción de los lugares o los dramas de las personas, sino el intento de sondear a los hombres para la universalización de sus conciencias.
El tomar a muchas personas como el eje de la película exige volver sobre las teorías de redes y del Caos que demuestran la conexión interna del desorden y a través de esa conexión, que los hombres estamos más unidos entre sí que por la mera coincidencia. Eso es fabuloso es París porque no es la casualidad la que une a los personajes, sino una fuerza poderosa e inexplicable que a mi modo de ver, simboliza la grandiosidad de la civilización sustentada en su miseria y fragilidad. Porque Pierre (Romain Duris), al enterarse de que puede morir, comienza a observar a todos sus congéneres con una mirada más atenta y comienza a entrar en las personas y sus vidas, más no explícitamente sino en las invenciones que les otorga, y en la sentencia que sólo su condición de desahuciado le permite emitir, para decir que todos somos grandes a pesar de los problemas y que todos, siempre, estamos inconformes con la vida.
Más no es una película simplemente optimista. Se trata del encuentro de los seres humanos tal cuál son: conflictivos, problemáticos, celosos, ansiosos… por eso la necesidad de varios personajes, de muchos ángulos y caras en diversas situaciones de la vida.
Paris película-ciudad se convierte en la antonomasia de la humanidad: el centro físico de la vida. Pero ojo, en el transcurso de la cinta, la ciudad se diluye para dar paso a lo verdaderamente importante: las personas. Ya en Roma, de Ettore Scola había visto lo mismo, que una ciudad no es ciudad por sus inmuebles sino por sus gentes… sólo que Paris, como dice Tere: “es grandiosa y llena de Historia”.
Hay música que creo, está hecha para verse. La ópera por ejemplo es majestuosa en los montajes, pero adquiere un especial encanto cuando se usa como banda sonora de películas e incluso de videojuegos, porque pasa a formar parte de la acción. Así de sencillo y así de difícil.
Lo que me gusta de esta música que acabo de categorizar es que permite asociaciones muy prometedoras con ambientes, paisajes, momentos y circunstancias ya sea en el tiempo o en el espacio. Claro que eso es común para toda la música, pero si escucho algo, quiero que en su melodía haya opción de imaginar y no solo ser testigo mudo de una historia.
A toda esta divagación, agregaría que hay una cierta fascinación por unir los pasajes imaginativos de la música con etapas o movimientos. El recurso de las estaciones del año es sin duda el gran hit que inauguró Vivaldi con su Il cimento dell'armonia e dell'inventione, que ha sido inspiración para otras obras como Las cuatro estaciones porteñas, de Astor Piazzola y recientemente, y por eso este post, Las cuatro estaciones del amor, de Natalia Lafourcade.
Yo no sé de música, pero el disco de la chaparrita Lafourcade es genial. Al escucharlo uno se llena de imágenes, pero no como esa moda que hay en el You Tube de hacer diapositivas musicalizadas. Aquí pasan estampas, momentos que cada quién puede llenar con sus objetos preferidos, pero que convergen con estados de ánimo precisos. El amor y sus evoluciones se escuchan y se pueden ver, porque todos hemos pasado por ese ciclo y sin duda conocemos los colores, las tonalidades del amor.
En cada pieza, interpretada por la Orquesta Filarmónica de Jalapa, el amor, ese tan delicado concepto o Idea se manifiesta ante nosotros como un ser vivo. Lafourcade hace que nazca en el Verano, con alegría, con un desfile de colores; en el Otoño, el amor madura, crece como un juego, con sonidos ya no precisamente alegres, sino festivos: la orgía de lo que está entre posesión, ego y desprendimiento pero que poco a poco se convierte en afecto, camaradería, empatía, compenetración. Luego el Invierno, la marcha lenta pero profunda del ocaso; el final abrupto como los sonidos de los metales, introducidos por el más lánguido de los instrumentos que es sin duda el acordeón. En el Invierno, el amor envejece, repta, suplica. Luego llega a los clímax de la desesperación pero solo para tomar mayor altura desde donde precipitarse. Y finalmente, Primavera, donde el amor renace: música llena de colores, llena de luz, símbolos de las nuevas oportunidades.
Música para ver, para sentir. Un disco brillante de una artista reveladora, porque hay algo que también puedo decir ya que lo percibo: es música clásica, pero con sonido joven. Les dejo Invierno, ojalá les guste.