sábado, 5 de septiembre de 2009

Abogados-Poetas I: don Moncho López



Don Moncho López Velarde, de los zacatecanos más famosos que puedan haber, además de poeta fue abogado. Fue de hecho muchas cosas: seminarista, juez, litigante, funcionario público, profesor y hasta subsecretario de Gobernación. En esa rarísima casta de abogados-artistas, don Moncho es un excelente ejemplo de una generación que rompió de alguna manera con los cánones de su clase social de profesionista-burgués, aunque sea desde su arte, la Poesía. Y esto lo digo porque como buen jovenazo de inicios de siglo XX , don Moncho ya había renegado del seminario, había absorbido la cultura universal y los latines, se sabía al dedillo las poesías latinas y dominaba el Código Civil y el de procedimientos penales aunque hay motivos para creer que después se pitorreaba de los últimos.
El caso es que esos abogados, tuvieron que meterse de lleno en las exigencias de su profesión, redactando demandas, tachando testigos y notificándose en tribunales, por la sencilla razón de que el ARte, como sucede en la actulidad, no da para comer. Pero don Moncho, bien seguro de su estrella, se permitió escribir poemas cultísimos, evolucionar de las metáforas y las rimas a una poesía más seductora y en tiempos de Álvaro Obregón, ya caído en desgracia por su chamba en Gobernación, escribir el poema más conocido sobre México: Diré con una épica sordina: / la patria es impecable y diamantina; con el que se reconcilió con el sistema, pasó a la posteridad y hasta se ganó sus centavitos sin perder la "dignidad" del abogado que se cree poeta.

Pero el Ramón más fregón, el que en realidad vale la pena recordar, o que por lo menos a mí me causa mucha envidia, es aquel jovenazo recién llegado de provincia a la Ciudad de México: bigote bien cuidado, el cabello con abundante brillantina peinado para atrás y la seguridad saliéndole de todo el cuerpo, que con su poesía le dió rienda suelta a la seducción de muchachas, a impresionar señoritas y a enamorar mujeres. Es ese Ramón López Velarde que derrite a las mujeres diciéndoles:

Yo, sintiéndome bien en la aromática
vecindad de tus hombros y en la limpia
fragancia de tus brazos,
te diría quererte más allá
de las torres gemelas.

Eso dice el dandy que con su traje negro, corbata de seda bien anudada y con broche, caminaba por Plateros derrochando ego y cultura. Bajo el brazo el portafolios con los expedientes atorados por un edicto o por un auto mal fundamentado, que lo importante es desafiar al mundo y erotizar con maestría las palabras para decirles de todo a las mujeres sin que se sintieran ofendidas.
Y asi me quedo con ese don Moncho, el que no podía renegar abiertamente de su profesión y sin embargo, tal vez para olvidar a Fuensanta, estuvo dispuesto a decir hace 100 años, que no deseaba ser un gran juez, sino "tan solo":

Mi hambre de amores y mi sed de ensueño
que se satisfagan en el ignorado
grupo de doncellas de un lugar pequeño.

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