Hay música que creo, está hecha para verse. La ópera por ejemplo es majestuosa en los montajes, pero adquiere un especial encanto cuando se usa como banda sonora de películas e incluso de videojuegos, porque pasa a formar parte de la acción. Así de sencillo y así de difícil.
Lo que me gusta de esta música que acabo de categorizar es que permite asociaciones muy prometedoras con ambientes, paisajes, momentos y circunstancias ya sea en el tiempo o en el espacio. Claro que eso es común para toda la música, pero si escucho algo, quiero que en su melodía haya opción de imaginar y no solo ser testigo mudo de una historia.
A toda esta divagación, agregaría que hay una cierta fascinación por unir los pasajes imaginativos de la música con etapas o movimientos. El recurso de las estaciones del año es sin duda el gran hit que inauguró Vivaldi con su Il cimento dell'armonia e dell'inventione, que ha sido inspiración para otras obras como Las cuatro estaciones porteñas, de Astor Piazzola y recientemente, y por eso este post, Las cuatro estaciones del amor, de Natalia Lafourcade.
Yo no sé de música, pero el disco de la chaparrita Lafourcade es genial. Al escucharlo uno se llena de imágenes, pero no como esa moda que hay en el You Tube de hacer diapositivas musicalizadas. Aquí pasan estampas, momentos que cada quién puede llenar con sus objetos preferidos, pero que convergen con estados de ánimo precisos. El amor y sus evoluciones se escuchan y se pueden ver, porque todos hemos pasado por ese ciclo y sin duda conocemos los colores, las tonalidades del amor.
En cada pieza, interpretada por la Orquesta Filarmónica de Jalapa, el amor, ese tan delicado concepto o Idea se manifiesta ante nosotros como un ser vivo. Lafourcade hace que nazca en el Verano, con alegría, con un desfile de colores; en el Otoño, el amor madura, crece como un juego, con sonidos ya no precisamente alegres, sino festivos: la orgía de lo que está entre posesión, ego y desprendimiento pero que poco a poco se convierte en afecto, camaradería, empatía, compenetración. Luego el Invierno, la marcha lenta pero profunda del ocaso; el final abrupto como los sonidos de los metales, introducidos por el más lánguido de los instrumentos que es sin duda el acordeón. En el Invierno, el amor envejece, repta, suplica. Luego llega a los clímax de la desesperación pero solo para tomar mayor altura desde donde precipitarse. Y finalmente, Primavera, donde el amor renace: música llena de colores, llena de luz, símbolos de las nuevas oportunidades.
Música para ver, para sentir. Un disco brillante de una artista reveladora, porque hay algo que también puedo decir ya que lo percibo: es música clásica, pero con sonido joven. Les dejo Invierno, ojalá les guste.
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