domingo, 16 de agosto de 2009

Narcoabogados

Carlos Monsiváis reseña un libro de Ricardo Ravelo que por el título me llama la atención: Los narcoabogados. Lo saca a colación por el reciente atentado a la abogada Silvia Raquenel, que después de aventuras dignas de una novela de nota roja, o de perdis, de una película gringa con mucha sangre incluída, fue asesinada en Monterrey la semana pasada.
Pero sobre los vínculos de ciertos abogados con verdaderas mafias, (corporativas, electorales, delincuenciales o simplemente en falta de ética) lo que Monsiváis dice me llama aún más la atención porque pasa de refilón su mirada sobre el miedo, la ambición y el poder, triada mortal para cualquier profesión, pero puntualmente aceptada como cánon en la abogacía.
De donde uno sale es imposible negarlo. No se escupe la cuna en que nacimos, pero la cuestión sobre la ambición para mí es muy importante para analizar la realidad de nuestro tiempo, de mi "carrera" corrompida hasta el hueso y a veces, casi al borde del colapso.
Ambiciosos somos todos, pero el despunte del narco, la proliferación de abogados dispuestos al todo por el todo a cambio de poder y en sí, de una sociedad como la de hoy, es resultado de esa ambición desmedida. Los cambios consumistas que nos han puesto de frente una variedad de productos y la velocidad del intecambio mercantil nos tienen en la vorágine por tener más al costo que sea. Porque en el narco, no engruesa sus filas por hambre: ahí está el crecimiento exponencial de artículos de franco mal gusto y las excentricidades que hay (como el "cuerno de chivo" forrado en lámina de oro) que brincaron al mercado por las cantidades de dinero que resultan de las operaciones delincuenciales.
Somos ambiciosos, pero a algunos se les va de la mano. La abogada Raquenel, envuelta en un escándalo desde los 90´s por su cercanía al narco y miles de abogados cuyo nombre desconocemos, pero que mueven los hilos de pequeñas mafias corrompiendo a funcionarios, fanfarroneando, resolviendo asuntos desde fuera del tribunal y lo peor, echando a perder a sus noveles pasantes, son una mínima parte, pero muy sustancial, de las muchas cosas que me hacen pensar que el Derecho que yo siento (y yo mismo) no puede estar en un juzgado.

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